Era una tracción
Española
(Al señor Felipe Benecio Recio)
Eran tiempos tristes venturosos, exclamo Bodoque
D. Álvaro Alonso,
mozo enamorado, su pensamiento tan sólo en las imaginaciones, gustos y
pesares del deseo que, cuando no es cumplido, martiriza y propiamente se cree
que abrasa el pecho con vivo fuego.
Mas, al fin, dando un fuerte suspiro el mozo, exclamó:
¡No serás tú tan desdichado, que de seguro no aspiras á un
bien, ni temes perderle, ni te aguijan aficiones amorosas, ni se te daría mucho
con tener, como yo, que abandonar á Toledo, dejando la más hermosa y recatada
doncella que puede haber en el mundo! Así, te digo que hablemos, sobre todo, de
lo que me importa, y es: que así como es costumbre tuya y de todos los picaros
del ejercicio de pordiosear, acercaros como que vais á demandar una limosna á
las damas, y ponéis en sus manos las cartas de sus amantes, hagas lo propio con
Teodora cuando saliere mañana de la misa.
No era tal, que corro el riesgo que me condene. No sabía el
caballero de qué hablaba Bodoque, el cual le dijo cosas que no esperaba oir.
Era el caso, que había en una de las estrechas calles de
Toledo, y hacia la judería, un Santísimo Cristo, guardado en un hueco abierto
en la esquina de una casa pequeña y miserable; dos farolillos ardían á uno y
otro lado de la imagen, á toda hora del día ó de la noche. Los encargados por
su propio voto de mantener constantemente encendidas las luces eran los
mendigos de la ciudad, entre los cuales más eran los picaros que los
necesitados; con esto pedían todos para la luz del Santísimo Cristo, y pedían,
cuando no robaban, á diario, más de lo que hubiera sido menester para alumbrar
la imagen durante un siglo. Tal abuso había querido reprimirle el señor
Corregidor, decidiendo poner por su cuenta las luces y perseguir á los
maltrapillos que hicieran de la devoción un pretexto para dejar enjutas las
bolsas de las gentes, y la decisión hubo de enojar a la canalla a extremoso
punto.
Una vez rendida y obligada tomó
un disfraz, que fué, a lo que cuentan, un lindo traje de un su hermano
adolescente todavía, y salió sigilosamente á la calle, temblando de miedo y
agitado el corazón por mil contrarios afectos: el gozo de verse junto a su
amante, la pena de escapar de la casa paterna, una incierta esperanza, un
afanoso deseo, un hondo pesar y un intenso contento.
Tomóla D. Alvaro en sus brazos, y
dirigiéndose á la esquina donde se hallaba el Cristo, dejó su dulce carga en el
suelo, y apoyándose en una reja rompió el cristal de la urna, sacó de ella la
imagen, apagó los farolillos, y bajando con presteza, tornó a tomar en sus
brazos a su amada, y escapó por el intrincado laberinto de estrechas calles de
la imperial ciudad...
Horas después, sucedió al
silencio un estrépito endiablado; los picaros, los virotes, los bigardos, la
flor y espuma de los maltrapillados, armaba estrépito de bulla, algazara
de gresca y ruido de revuelta... Todos los bullangueros de la gran ciudad
gritaban en rebelión contra el Corregidor que los había secuestrado su
Cristo... el Cristo que la truhanería decía ser suyo.
No hubo manera de calmar la
agitación ni volver al orden, hasta que el picaro Bodoque, ya avistado con D.
Alvaro, hubo de decir al Corregidor, que como accediese a casar su bija con el
joven y mandara palio y cirios al puente de Alcántara al día siguiente, y
permitiera a los picaros rendir culto á su Cristo, todo quedaría sosegado en la
república; y asi fué, que hubo de hacerse tal y como Bodoque previno, y D.
Alvaro Alonso casó con la bella Teodora.
En nada hemos querido nosotros
poner ni punto más ni menos de lo qué nos refirieron ante el nicho y la imagen
que existe en el propio sitio, y que tiene por nombres los de Santo Cristo del Amor o Cristo del Motín, cosa que
preocupará a los roelibros y rebusca chismes de tradición beata; así, pues,
lector, que ellos lo busquen con más extensos datos; tú goces salud y á mí no
me falte.